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jueves, 28 de octubre de 2010

Solsticio


Soberbia dulce que cae de tus hombros
una angustia tremenda que acabó con el vibrar de mis brazos colgando de tu ausencia.
Un hambre profunda que perfora mis intestinos... y el alma, el ama siempre pide de más... Por eso me acostumbro.
Me tomo de la mano del camino... lugares recorridos casi con cada uno de los dedos de mis pies, las manos que salen de mis muslos, duras, secas
los ojos que nunca ven más que la piel tersa y brillante de tu espalda cansada

Escucho tus últimas palabras como si rozaran el papel, como si al momento de decirlas fueran absorbidas por las hojas, el suelo que nos traga poco a poco y todas esas miradas esforzadas por los tristes espectadores.

Yo no encuentro más. Si tus brazos se quiebran, se me cae todo el momento...
La risa que se encierra en el seno derecho, la mano tibia que descarga el sol sobre mis hombros
la boca siempre ahí, lista para tomarla en cualquier momento...
en todos lados se encuentra adherida a la nada como si fuese una mosca que hay que pescar
pido un momento para urdir nuestra piel
Tengo miedo del último reencuentro
ése donde deba tirar de tus cabellos para evitar lo seguramente inevitable del silencio humano
voy a arrancarte, seguramente
terriblemente
voy a arrancarte (¡lo juro!) la carne tan gastada que te cubre
mis dibujos en el vientre

No resistiré tal masa sobre mí
caeré al abismo más profundo y azul de tu cuerpo, fatigado y embadurnado de vida.


sábado, 9 de octubre de 2010

Decidida a atacar después de 11 veces de silencio… Tengo un disparo de luz roja para tus ojos, mis labios abiertos, listos para la ansiedad, hoscos de tanta ciudad. Cúbrelos. Una habitación donde el amarillo atraviese y cicatrice las paredes, un aire denso de humedad y besos que saben a lentitud profunda, suave melancolía pastosa, bocas que saben todas las palabras del mundo en voces que caen como cristales en el suelo desde una gran altura y se encierran en los patios para no salir jamás

La sangre a mi disposición; mis dedos se derriten al acercarse a tu espalda, se escurren entre la cama y el suelo y regresan justo a penetrar en las cañerías de mis huesos, gritan cielo, gritan una caída desde tus hombros tensos, tremendas sombras rabiosas, nada de piel, nada de linfa, sólo pelo y las estelas que cubren nuestro paso desnudo, convexos movimientos, amorfos brazos y mar entre los dientes… una pequeña manzana entre los muslos oxidada, plenitud esperando desde hace años tu última mordida.

Yorela B.

8-oct-10